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En medio de la pandemia, zapatero a tus zapatos

No veo mucha diferencia entre los que aprovechan la situación para vender o justificar sus puntos de vista con los que lo hacen para acaparar o revender productos de primera necesidad.

Es entendible que todo tiene una perspectiva sociológica, política o cultural, interpretaciones y cuestionamientos en los que yo mismo he participado, esto de las farmacéuticas, de la disparidad, desigualdad, de la malaria versus gripe, de las relaciones norte-sur.

Sin embargo, creo que ya superamos esa etapa de escepticismo y cuestionamiento, esto es una emergencia y, ante todo, la responsabilidad es exigir, por encima de cualquier matiz personal, el principal y máximo derecho humano que existe: la vida.

Por primera vez hay una enfermedad que puede afectar a todos los seres humanos en los cinco continentes. Si mata menos o más que x o y, debemos ver en la ecuación no equis o ye, sino que mata, aunque países enteros se pongan en cuarentena.

El investigador y epidemiólogo estadounidense Anthony Fauci, lo describe muy simple para que lo entendamos todos, esto es “una enfermedad respiratoria que se transmite con facilidad de una persona a otra, y tiene una alta tasa de incidencia y mortalidad”.

Me sorprende que algunos puntos de vista de académicos o periodísticos se vean argumentados con información científica falsa, descontextualizada, mal interpretada o mal entendida. En este caso, especialistas en Derecho, Letras o Filosofía se ponen a jugar al doctorcito.

Cuando uno tiene fiebre o gripe o SARS-CoV2 no va a una cátedra del neoliberalismo o postcolonialismo, sino, a un hospital o clínica.

Si dedico tiempo para una consulta médica, si el doctor me receta, lo googleo, decido hacerlo o no, ¿pero es sensato eso?

No, el coronavirus no es la crisis del capitalismo, de hecho, no pone en crisis al comunismo, porque inició en China ni sabemos si pondrá en crisis a Cuba.

Derechos, libertades y garantías: sin defender a la clase política, no es lo mismo una cuarentena en Alemania o España que otra en China, en la primera, hay control sobre la función pública y abusos (al menos se puede denunciar), en la segunda, el control es del partido, ejército y policía.

No, tampoco parece probable una conspiración de las farmacéuticas, porque un arma biológica no afectaría a los mismos países que pueden producirla. No es histeria, sería minimizar algo que, realmente, los científicos han advertido.

En el sentido estricto de la palabra, los mayores expertos para esto no son periodistas, filósofos o historiadores. Es ciencia dura.

Lo más triste es lo insensible que resultan algunos análisis, con justificaciones a gobiernos o caudillos con los que se simpatiza, tendencias partidarias y sobre todo ideológicas.

Es interesante ver como el aspecto ideológico sobresale o la justificación política, fronteras abiertas en países como México y Nicaragua que cierran sus puertas a los migrantes. Gente de izquierda o supuestamente progresista justificando la primacía de la economía sobre la solidaridad común frente a la cuarentena.

Justificaciones que contradicen las recomendaciones globales de salud. Gente que aplaude medidas en Reino Unido para demostrar argumentos, pero al día siguiente, deben tragarse sus palabras cuando anuncia peores restricciones que los otros países. O la famosa y mágica Medicina en Cuba, donde ahora el brote avanza.

Para argumentos ideológicos miremos en qué se parecen ahora Trump, López Obrador, Ortega y Bolsonaro.

“Se trata de una gripe y es normal que la gente se enferme y muera, particularmente los más viejos”.

Claro, estamos hablando de una alta tasa de mortalidad de personas de la tercera edad. Pero naturalizar la muerte de una persona adulta es inhumano, ¿no se dan cuenta? Nadie puede apropiarse del derecho a decidir cuánto puede vivir o no una persona. Y dejar morir a los viejos es un crimen de lesa humanidad, se llama genocidio, eugenesia.

Estamos hablando de seres humanos. Y sí, es muy triste que los medios no miren con tanta atención la malaria, pero indudablemente a estas personas que lidian con el paludismo, le sumamos otra peste, porque ellos tampoco son inmunes al covid-19.

Espero que las Humanidades no hayan perdido el equilibrio y olvidaran que la idea era encontrarlo, sin distracciones de causas y mucho menos con pédida de sentido.

Otra: la enfermedad importada de Europa por gente rica que puede viajar en avión. Por favor, ¿no hay migrantes en Europa? Refugiados, estudiantes y familiares en Europa y Estados Unidos, el 95% son trabajadores que vuelan, porque no se pueden venir nadando o caminando. Los que se enferman por el covid-19 también valen y no hasta que llegue el ángel de la muerte a tu vecindario.

¿Y los que viven día a día y no pueden darse el lujo de una cuarentena? Bueno, ¿cuál es la alternativa, dejarlos a suerte? Ni siquiera una exigencia a medidas de prevención o una consecuente alternativa de tratamiento en caso de contagio.

Muchos suponemos que el conocimiento teórico es valioso, pero en este caso. La última palabra la tienen los médicos.

Lea el frasco de sus pastillas con las indicaciones, en caso de efectos secundarios, consulte a su médico.

 

p.d.: por favor, no interpreten esto como un llamado a la autocensura, sino, a la reflexión autocrítica y a la empatía. 

 

Los caminos del mal

Hemos visto en los últimos meses demasiadas muertes, víctimas muy jóvenes y desarmadas acribilladas con disparos en la cabeza o en el pecho. Y frente a esto, a muchos negando y culpándolos como si alguien mereciera tal fin.

La postverdad, que no es otra cosa más que manipulación o tergiversación, está tan apropiada que muchos realmente están convencidos de tener razón y que sus actos son válidos y justos; argumentan con el revólver en la cintura que ellos son las víctimas y no los victimarios, amenazan además, con perseguir y castigar, poniendo un versículo bíblico o el nombre de Dios entre líneas, como si eso fuera a cambiar su mensaje de odio.

Es lógico que aquellos que son incapaces de cometer actos atroces no entiendan por qué un criminal está dispuesto a matar o lastimar por 200 córdobas o peor, que existan personas que apoyen, disculpen, permitan o financien estos actos. Sin embargo, el mal en principio, es un factor humano, nadie es inmune a él, ni a hundirse en una espiral de odio, violencia o venganza. Todo ser humano en un momento de ira es capaz de cualquier cosa, pero ¿hay personas más propensas a cometer crímenes?

Dos estudios revelan mucho sobre nuestra naturaleza, el experimento con supuestas descargas eléctricas de Stanley Milgram en Yale, en el siglo pasado, explica que la mayoría está dispuesta a causar tanto dolor en dependencia de la permisividad que le dé alguna figura de autoridad, esto está descrito en un libro bajo el apropiado título “Los peligros de la obediencia”.

Por su parte, el experimento de Philip Zimbardo en Stanford, el cual recrea las condiciones de una prisión, revela también el complejo comportamiento humano ante circunstancias predeterminadas y de tensión, donde los roles asignados pueden trastocar la personalidad, particularmente cuando se trata de ejercer poder absoluto sobre otros.

Por eso, aunque creamos estar por encima de los animales –quizá por nuestra educación cristiana que nos lleva a creer que fuimos creados por encima de todo en este planeta, a imagen de Dios–, en el reino animal se mata por comida, sobrevivencia, miedo o instinto. Sin embargo, el ser humano que debería ser racional, civilizado, moral, ético, sensible y debería estar por encima de eso es a veces más cruel que la naturaleza.

Es difícil hablar de la maldad humana sin hacer un preámbulo o giro religioso. Hasta cierto punto, una explicación posible viene del sistema de valores judaico, que propone una tensión de fuerzas superiores o metafísicas que nos convencen, es decir, tomamos decisiones racionales, pensadas, cognitivas, hacia dos campos de batalla contrarios y divergentes: el bien y el mal. Pero a pesar de Dios o el demonio, irónicamente, estamos en libertad relativa, de decidir cómo actuar o de qué lado.

La explicación biológica recrea esto con menos libertad, pues la violencia es una marca primitiva, es instinto de supervivencia, lucha por el control y dominio del espacio inmediato, en resumen, estamos más cerca de nuestra herencia evolutiva con lo cual la violencia es casi natural.

Sin embargo, enfocarse en cualquiera de estas opciones parece insuficiente, si nuestro comportamiento está condicionado por las circunstancias, no podemos más que actuar según nuestra experiencia; nuestro campo único de referencias, como si no fuéramos capaces de pensar o aprender, pero si nos guiamos por nuestra conciencia, ¿hasta qué punto se puede distinguir el bien y el mal si es solo un producto del conocimiento adquirido? Es decir, ¿y si nadie nos enseñó a ser buenos? ¿Si nos enseñaron a ser malvados? ¿Quién está dispuesto a admitir que es un demonio?

La única respuesta posible ante la maldad humana, al menos que seas un sicópata, es la empatía; y no hablo de comprender al otro, sino, simplemente de ponerse en su lugar para no tratarlo del modo que no quisieras ser tratado y comportarte con él o ella como quisieras que se comportaran los otros contigo.

Publicado el 27 de septiembre, 2018

El Nuevo Diario

Generaciones en conflicto

En Nicaragua en estos momentos, un hombre septuagenario que está en los últimos años de su vida –aunque no podemos negarle el derecho a aspirar longevidad-, quien ha sobrepasado la edad de jubilación, se aferra al poder a costa de jóvenes e incluso adolescentes que apenas empiezan a vivir.

Daniel Ortega tiene actualmente 72 años, en cambio el primer estudiante que cayó tenía 17, Richard Pavón. En un muestreo de fallecidos desde que iniciaron las protestas de abril, se estimaba que el 56% de muertos eran menores de 30 años de edad.

No podría ser más claro el abismo que separa la mentalidad de los protestantes y el espíritu del gobierno que combaten. Se trata de jóvenes que entraron a la universidad con 16 o 17. Por su parte, las fuerzas que acompañan a la Juventud Sandinista o la Policía, son exmilitares o combatientes históricos, es decir, jubilados o personas que ya rondan los 50, si acaso fueron a la guerra en los 80.

Por su parte, la vicepresidenta Rosario Murillo, cumplió el mes pasado 67 años, también sobrepasa la edad de jubilación, establecida en Nicaragua a partir de los 60. En comparación con las muchachas de la Coalición Universitaria, Zayda Hernández de 24 o Madelaine Caracas de 20, la esposa de Ortega, podría ser perfectamente la abuela de ambas.

Nicaragua que vive el fenómeno de las abuelas que crían a los menores, que padece la ruptura en la transferencia natural de valores y conocimientos de padres a hijos de madres a hijas, no ha cambiado de mentalidad desde hace cuatro décadas debido a la migración, pero la tecnología ha permito ahora a estos jóvenes reorganizar sus vínculos familiares y afectivos. Es una generación de cambio.

Irónico resulta, además, que las protestas inician para defender a los jubilados de los recortes a su pensión, pero ahora se han convertido en una exigencia para jubilar a los gobernantes.

Un país de mayoría joven, está dirigido por una pareja de ancianos, la costumbre de verlos desde hace casi 40 años nos quita la perspectiva de quiénes son ellos para esta generación de jóvenes estudiantes. Muchos de nosotros hemos crecido y madurado viéndolos hacer y deshacer en este país, nos acostumbramos a ellos como si fueran parte natural del paisaje.

La clase política en general es de la tercera edad, personas seniles y llenas de eso que comúnmente en este país llamamos “chochear”. A veces me pregunto, si esta locura que vivimos y no podemos explicar, se debe en realidad a la demencia senil, si estas agresiones sin sentido y la forma brutal de aferrarse al poder no es un síntoma de traumas de la guerra que vivieron estas personas en su juventud y ahora las repiten en una mezcla de proyección y negación.

Edwin Castro, representante del Gobierno en el diálogo nacional, tiene 61, mientras Gustavo Porras, ronda los 64, el canciller Denis Moncada está en 69. Y así sucesivamente. Tal vez por eso, no pueden evitar dormirse en plenario, o repetir incansablemente las mismas historias y argumentos.

En la camisa de un joven estudiante, ellos son esto: Abuelos aferrados a sus trabajos, al poder y sus privilegios, a sus hábitos, a sus recuerdos desfasados. Son parte de la historia, piezas de museo que no caben en el presente.

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Banksy